
El ogro filantrópico por Octavio Paz
terrenos de anarquía y guerra civil, los mexicanos hemos vivido a la sombra de gobiernos alternativamente despóticos o paternales pero siempre fuertes: el rey-sacerdote azteca, el virrey, el dicta- dor, el señor presidente. La excepción
es el corto período que Cosío Villegas Ila- ma la República Restaurada y durante el cual los liberales trataron de limar las garras del Estado heredado de Nueva España. Esas garras se llamaban (se Ila- man): burocracia y ejército. Los libera- les querían una sociedad fuerte y un Es- tado débil. Tentativa ejemplar que pronto fracasó: Porfirio Díaz invirtió los términos e hizo de México una socie- dad débil dominada por un Estado fuer- te. Los liberales pensaban que la mo- dernización sería la obra -como en otras partes del mundo: Inglaterra, Francia, Estados Unidos- de la bur-
guesía y la clase media. No fue así y con Díaz el Estado comienza a conver- tirse en el agente de la modernización. Cierto, la acción económica del régi- men se apoyó en las empresas privadas y en el capitalismo extranjero. Pero la fundación de empresas industriales y la construcción de fábricas y ferrocarriles no fue tanto la expresión del dinamis- mo de una clase burguesa como el re- sultado de una deliberada política gu- bernamental de estímulos e incentivos. Además, lo decisivo no fue la acción económica sino el fortalecimiento del Estado. Para que un organismo sea ca- paz de llevar a cabo tareas históricas como la modernización de un país, el primer requisito es que sea fuerte. Con Porfirio Díaz el Estado mexicano reco- bró el poder que había perdido durante los conflictos y guerras que sucedieron a la Independencia.
El historiador conservador Carlos Pereyra señala que las convulsiones políticas y el estado caótico del país hasta la dictadura de Díaz fueron. esen- cialmente. una consecuencia de la de- bilidad de los gobiernos desde la Inde- pendencia. El Estado novohispano había sido una construcción de extraor- dinaria solidez y que fue capaz de hacer frente lo mismo a los revoltosos enco- menderos que a los obispos despóticos. Al derrumbarse, dejó una clase rica muy poderosa y dividida en facciones irreconciliables. La ausencia de un po- der central moderador tanto como la inexistencia de tradiciones democráti- cas explican que las facciones no tarda-
sen en acudir a la fuerza para dirimir sus diferencias. Así nació la plaga del mili- tarismo: la espada fue la respuesta a la debilidad del Estado y al poderío de las facciones. ¿Por qué era débil el Estado mexicano? La debilidad, dice Pereyra, era una consecuencia de la pobreza. Aclaro: no pobreza del país sino del po- der político. El Estado era pobre frente a una Iglesia dueña de la mitad del país y una clase de propietarios y hacendados inmensamente ricos. ¿Cómo someter a los obispos y cómo lograr que prevale- ciera la ley en una sociedad donde cada jefe de familia se sentía un monarca? Bajo la dictadura del general Díaz el Es- tado mexicano empezó a salir de la po- breza. Los gobiernos que sucedieron a Díaz, pasada la etapa violenta de la Re- volución, impulsaron el proceso de enri- quecimiento y muy pronto, con Calles. otro general, el gobierno mexicano ini- ció su carrera de gran empresario. Hoy es el capitalista más poderoso del país aunque, como todos sabemos, no es ni el más eficiente ni el más honrado.
El Estado revolucionario hizo algo más que crecer y enriquecerse. Como el Japón durante el periodo Meiji, a través de una legislación adecuada y de una política de privilegios, estímulos y cré- ditos, impulsó y protegió el desarrollo de la clase capitalista. El capitalismo mexicano nació mucho antes que la Revolución pero maduró y se extendió hasta llegar a ser lo que es gracias a la acción y a la protección de los gobier- nos revolucionarios. Al mismo tiempo. el Estado estimuló y favoreció a las or- ganizaciones obreras y campesinas. ES- tos grupos vivieron y viven a su sombra. ya que son parte del PRI*. No obstante. sería inexacto y simplista reducir su re- lación con el poder público a la del súb- dito y el señor. La relación es bastante más compleja: por una parte, en un ré- gimen de partido único como es el de México, las organizaciones sindicales y populares son la fuente casi exclusiva de legitimación del poder estatal; por la otra, las uniones populares, sobre todo las obreras, poseen cierta libertad de maniobra. El gobierno necesita a IoS sindicatos tanto como los sindicatos al gobierno. En realidad, las dos únicas fuerzas capaces de negociar con el go- bierno son los capitalistas y los dirigen-
* Partido Revolucionario Institucional. en el poder. con distintos nombres, desde 1929.
tes obreros. Por último, no contento con impulsar y, en cierto sentido, mo- delar a su imagen al sector capitalista y al obrero, el Estado postrrevolucionario completó su evolución con la creación de dos burocracias paralelas. La prime- ra está compuesta por administradores y tecnócratas; constituye el personal gubernamental y es la heredera históri- ca de la burocracia novohispana y de la porfirista. Es la mente y el brazo de la modernización. La segunda está forma- da por profesionales de la política y es la que dirige. en sus diversos niveles y escalones, al PRI. Las dos burocracias viven en continua ósmosis y pasan in- cesantemente del Partido al Gobierno y viceversa.
La descripción que acabo de hacer es apresurada y esquemática pero no es inexacta. Por ella no es difícil com- probar que el poder central. en México, no reside ni en el capitalismo privado ni en las uniones sindicales ni en los parti- dos políticos sino en el Estado. Trinidad secular. el Estado es el Capital. el Tra- bajo y el Partido. Sin embargo, no es un Estado totalitario ni una dictadura. En la Unión Soviética el Estado es el propie- tario de las cosas y de los hombres, quiero decir: es el dueño de los medios de producción, de los productos y de los productores. A su vez, el Estado es la propiedad del Partido Comunista y el Partido es la propiedad del Comité Cen- tral. En México el Estado pertenece a la doble burocracia: la tecnocracia admi- nistrativa y la casta política. Ahora bien, estas burocracias no son autónomas y viven en contínua relación -rivalidad,- complicidad, alianzas y rupturas- con los otros dos grupos que comparten la dominación del país: el capitalismo pri- vado y las burocracias obreras. Estos grupos, por lo demás, tampoco son ho- mogéneos y están divididos por quere- llas de intereses, ideas y personas. Ade- más, hay otro sector, cada vez más in- fluyente e independiente: la clase me- dia y sus voceros, los estudiantes y los intelectuales. La función de los frailes y los clérigos en Nueva España la desem- peñan ahora los universitarios y los es- critores. El lugar que antes ocupaban la teología y la religión, lo ocupa hoy la
ideología. Por fortuna México es una sociedad más y más plural y el ejercicio de la crítica -único antídoto contra las ortodoxias ideológicas- crece a medi- da que el país se diversifica.
Letras, letrillas, letrones
La acción de todas estas clases, gru- pos e individuos se despliega dentro de un marco: el contexto internacional. Al- gunos países, a través de distintos gru- pos. influyen indirectamente en la opi- nión, sobre todo entre los estudiantes, los periodistas y otros sectores profe- sionales. A veces, como en el caso de Cuba, esa influencia no está en relación ni con su poderío real -su fuerza mili- tar es impresionante pero no es propia sino dependiente de la Unión Soviéti- ca- ni con sus avances en materia eco- nómica, social o cultural. En nuestro si- glo la ideología no sólo es un vidrio de
aumento: también es un cristal defor- mante que produce toda clase de abe- rraciones, no cromáticas sino morales. En el caso de los Estados Unidos, por el contrarío, no es necesario acudir a la ideología para explicarse las imágenes que provoca en la conciencia de los me- xicanos: su poder es múltiple y ha sido constante en nuestra historia desde ha- ce siglo y medio. Un poder que es eco- nómico, científico, técnico, militar y cul- tural. El poderío norteamericano asume la forma de la fascinación, es decir, sus- cita una reacción contradictoria hecha de atracción y revulsión. Su influencia es particularmente profunda -y con frecuencia nefasta- en la vida econó- mica: asimismo, penetra en los domi- nios de la técnica, la ciencia, la cultura. la sensibilidad popular y, claro, la polítí- ca. La presencia de los Estados Unidos en la vida mexicana es una evidencia histórica que no necesita demostra- ción: posee una realidad física. mate- rial. La observación que he hecho a pro- pósito de la relación ambigua que pre- valece entre los sindicatos y el Estado mexicano. puede aplicarse. hasta cierto punto, a la que nos une con Washíng- ton; quiero decir: es una relación de do- minación que no puede reducirse pura v simplemente al concepto de dependen- cia y que permite cierta libertad de ne- gociación y de movimientos. Hay un
margen de acción. Por más estrecho que nos parezca ese margen, es de todos modos mucho más amplio que el de Po- lonia, Hungría, Checoslovaquia o Cuba frente a la Unión Soviética. Porsupuesto. en momentosde crisis política la influen- cia del Embajador de Estados Unidos en México puede ser - y de hecho ha sido- tan importante y decisiva como la del Sá trapa del Gran Rey durante la guerra de
Peloponeso.
Los autores radicales que, a princi- pios de siglo, se ocuparon de la historia social de la Rusia pre-revolucionaria -Plejanov, Trotsky, Lenin- coíncídian en señalar la debilidad de la burguesía frente al Estado autoritario. Una de las características del capitalismo ruso fue su dependencia del Estado zarista. La burguesía jamás logró liberarse del to- do de la tutela de la autocracia. Esta fla- queza le impidió finalmente llevar a ca- bo la tarea que, según los marxistas. constituía su misión histórica: la mo- dernización de Rusia. Toda la polémica entre los bolcheviques y los mencheví- ques arranca de las distintas posiciones
que unos y otros adoptaron frente a es- ta situación. Aparte de la debilidad de la burguesía, hay que mencionar otro fac- tor que se omite con frecuencia: el Es-
tado zarista no podía ser un agente efi- caz de modernización porque en su es- tructura, en sus cuadros dirigentes y en el espíritu que lo animaba era todavía. en gran parte, un Estado patrimonialis- ta, en el sentido en que Max Weber em- plea esta expresión. En suma, es indu- dable que la debilidad de la burguesía rusa frente al Estado patrimonialísta fue la causa determinante de la suerte ulte- rior de la Revolución. La burocracia so- viética, sucesora de la autocracia. se enfrentó a la tarea que históricamente
-según los marxistas- correspondía a la burguesía (la modernización) pero el resultado fue diametralmente opuesto tanto a las previsiones de los menchevi- ques como a las de los bolcheviques. La conjunción del poder político y del po- der económico -ambos absolutos- no produjo ni la revolución democrática burguesa ni el socialismo sino la im- plantación de una ideocracía totalitaria.
diferencias capitales. La primera: entre el Estado novohispano y el moderno se interpone el breve pero imborrable pe- riodo democrático de la República Res- taurada (1867- 1876). La segunda: mientras el Estado totalitario liquidó a la burguesía rusa, sometió a los campe- sinos ya los obreros, exterminó a sus ri- vales políticos, asesinó a sus críticos y creó una nueva clase dominante, el Es- tado mexicano ha compartido el poder no sólo con la burguesía nacional sino con los cuadros dirigentes de los gran- des sindicatos. Ya he apuntado que la relación entre los gobiernos mexicanos, los dirigentes obreros y campesinos y la burguesía es ambigua, una suerte de alianza inestable no exenta de quere- llas. sobre todo entre el sector privado y el público. Todo esto puede condensar- se en una diferencia que las engloba a todas y que es capital: mientras en Ru- sia el Partido es el verdadero Estado, en México el Estado es el elemento subs- tancial y el Partido es su brazo y su íns- trumento. Así, aunque México no es realmente una democracia tampoco es una ideocracía totalitaria.
Me falta mencionar otra característi- ca notable del Estado mexicano: a pe- sar de que ha sido el agente cardinal de la modernización, él mismo no ha logra- do modernizarse enteramente. En mu- chos de sus aspectos, especialmente en su trato con el público y en su mane- ra de conducir los asuntos, sigue siendo patrimonialista. En un régimen de ese tipo el jefe de Gobierno -el Príncipe o el Presidente- consideran al Estado como su patrimonio personal. Por tal razón. el cuerpo de los funcionarios y empleados gubernamentales, de los ministros a los ujieres y de los magís- trados y senadores a los porteros. lejos de constituir una burocracia imperso-
nal, forman una gran familia política lí- gada por vínculos de parentesco, amis- tad, compadrazgo, paisanaje y otros factores de orden personal. El patrímo- nialísmo es la vida privada incrustada en la vida pública. Los ministros son los familiares y los criados del rey. Por eso.
He recordado el caso de Rusia por- que, por más alejado que parezca. ilu- mina indirectamente las peculiaridades de la situación mexicana. Como en la Rusia de principios de siglo, el proyecto histórico de los intelectuales mexicanos y asimismo, el de los grupos dirigentes y el de la burguesía ilustrada. puede condensarse en la palabra moderniza- ción (industria, democracia, técnica, aunque todos los cortesanos comul-
laicismo. etc.). Como en Rusia. ante la relativa debilidad de la burguesía nati- va. el agente central de la moderniza- ción ha sido el Estado. Por último. co- mo en Rusia, nuestro Estado es el here- dero de un régimen patrimonial: el vi- rreinato novohispano. No obstante, hay
guen en el mismo altar, los regímenes patrímonialistas no se petrifican en or- todoxias ni se transforman en burocra- cias. Son lo contrario de una iglesia y de ahí que, a la inversa de lo que ocurre en cuerpos como la Iglesia Católica y el Partido Comunista, los vínculos entre
..............................................................................................................
los cortesanos no sean ideológicos sino personales. En las burocracias políticas y eclesiásticas el orden jerárquico es sagrado y está regido por reglas objeti- vas y por principios inmutables, tales como la iniciación. el noviciado o aprendizaje, la antigüedad en el servi- cio, la competencia, la diligencia, la obediencia a los superiores, etc. En el régimen patrimonial lo que cuenta en último término es la voluntad del Prínci- pe y de sus allegados.
En el interior del Estado mexicano hay una contradicción enorme y que nadie ha podido o intentado siquiera re- solver: el cuerpo de tecnócratas y ad- ministradores, la burocracia profesio- nal, comparte los privilegios y los ries- gos de la administración pública con los amigos, los familiares y los favoritos del Presidente en turno y con los amigos, los familiares y favoritos de sus Minis- tros. La burocracia mexicana es moder- na, se propone modernizar al país y sus valores son valores modernos. Frente a ella. a veces como rival y otras como asociada, se levanta una masa de ami- gos, parientes y favoritos unidos por la- zos de orden personal. Esta sociedad cortesana se renueva parcialmente ca- da seis años, es decir, cada vez que as- ciende al poder un nuevo Presidente. Tanto por su situación como por su ideología implícita y su modo de reclu- tamiento, estos cuerpos cortesanos no son modernos: son una supervivencia del patrimonialismo. La contradicción entre la sociedad cortesana y la buro- cracia tecnócrata no inmoviliza al Esta- do pero sí vuelve difícil y sinuosa su marcha. No hay dos políticas dentro del Estado: hay dos maneras de entender la política. dos tipos de sensibilidad y de moral.
Lo mismo en Inglaterra que en Fran- cia, los regímenes modernos se esfor- zaron desde el principio por dotar al nuevo Estado burgués de una burocra- cia ad-hoc, radicalmente distinta a la de las monarquías de los siglos XVII y
XVIII. Mejor dicho. como ha mostrado admirablemente Norbert Elías, las bu- rocracias del siglo XIX y del XX, en Oc- cidente, se formaron dentro del Tercer Estado y la “nobleza de toga”, en lucha permanente contra la sociedad cortesa- na de los regímenes absolutistas. Por
Su evolución fue la misma de la bur- guesía, que pasó del derecho a la eco- nomía y de la lógica jurídica a la lógica de la empresa privada. Así, impuso la racionalidad económica, esencialmente cuantitativa. en el despacho de los ne- gocios del Estado. Exigencia imposible: el Estado no es una empresa. Las ga- nancias y las pérdidas de una nación se calculan de una manera distinta a la que nos enseñan las reglas de contabili- dad. Esta es una contradicción que el Estado burgués liberal no ha podido re- solver. Desde la perspectiva de la admi- nistración de las cosas, las burocracias de las sociedades democráticas bur- guesas han sido incomparablemente
superiores no sólo a las de las antiguas monarquías sino a las de los Estados totalitarios de nuestros días. Agrego que, además de ser más eficaces, han sido más humanas y más tolerantes. Pero esta superioridad de orden profe- sional y moral se convierte en inferiori- dad si se pasa de la administración a la política. La inferioridad se vuelve mani- fiesta en el dominio de las relaciones in- ternacionales.
Abundan los ejemplos de la inepti- tud política de las democracias burgue- sas. Su actitud ante Hitler fue una mez- cla extraordinaria de inconsistencia y de ceguera. Al principio, su intransigen- cia y su egoísmo frente a Alemania fa- vorecieron el surgimiento del nazismo; después, a veces por cálculo y otras por cobardía, fueron cómplices del dicta- dor. Su política con Stalin no fue más clarividente. La misma mezcla de rea- lismo pérfido y a corto plazo inspira su actitud ante las satrapías y tiranías del
Nuevo y el Viejo,Mundo. El oportunis- mo no explica enteramente estas fla-
quezas e incoherencias. La falla es con- génita y ya apunté la razón más arriba: el Estado no es una fábrica ni un nego- cio. La lógica de la historia no es cuanti- tativa. La racionalidad económica de- pende de la relación entre el gasto y el producto, la inversión y la ganancia, el trabajo y el ahorro. La racionalidad del Estado no es la utilidad ni el lucro sino el poder: su conquista, su conservación y su extensión. El arquetipo del poder no está en la economía sino en la gue- rra, no en la relación polémica capital/ trabajo sino en la relación jerárquica je- fes/soldados. De ahí que el modelo de las burocracias políticas y religiosas sea la milicia: la Compañía de Jesús, el Par- tido Comunista.
La naturaleza peculiar del Estado mexicano se revela por la presencia en su interior de tres órdenes o formacio- nes distintas (pero en continua comuni- cación y ósmosis): la burocracia guber- namental propiamente dicha. más o menos estable, compuesta por técnicos y administradores, hecha a imagen y semejanza de las burocracias de las so- ciedades democráticas de Occidente; el conglomerado heterogéneo de ami- gos, favoritos, familiares, privados y protegidos, herencia de la sociedad cor- tesana de los siglos XVII y XVIII: la bu- rocracia política del PRI, formada por profesionales de la política, asociación no tanto ideológica como de intereses faccionales e individuales, gran canal de la movilidad social y gran fraternidad abierta a los jóvenes ambiciosos. gene- ralmente sin fortuna, recién salidos de las universidades y los colegios de edu- cación superior. La burocracia del PRI está a medio camino entre el partido político tradicional y las burocracias que militan bajo una ortodoxia y que operan como milicias de Dios o de la
Historia. El PRI no es terrorista, no quiere cambiar a los hombres ni salvar al mundo: quiere salvarse a sí mismo. Pero eso quiere reformarse. Pero sabe que su reforma es inseparable de la del país. La cuestión que la historia ha planteado a México desde 1968 no consiste únicamente en saber si el Es- tado podrá gobernar sin el PRI sino si los mexicanos nos dejaremos gobernar sin un PRI.
El tema de la Reforma Política, como se llama a las recientes tentativas del Gobierno mexicano por introducir el
su origen, sus métodos de trabajo, sus jerarquías y su moral, la nueva burocra- cia fue la negación del patrimonialismo. pluralismo, merece una pequeña digre-
Letras, letrillas, letrones bbbob.bbbbbbbbbbbbbb.*b*.bbbbbbbbbbbbbbbbbobbbb...bb*bbobebbbeob*bbebbbbbbbbbbbbbbbbbbbb.bbbb*bb*bbbbbb*.e*bb
sión. El PRI nació de una necesidad: asegurar la continuidad de régimen postrrevolucionario, amenazado por las querellas entre los jefes militares sobre- vivientes de las guerras y trastornos que sucedieron al derrocamiento de Porfirio Díaz. Su esencia fue un com- promiso entre la auténtica democracia de partidos y la dictadura de un caudillo como en los otros paises de América Latina. El régimen nacido de la Revolu- ción Mexicana vivió durante muchos años sin que nadie pusiese en duda su legitimidad. Los sucesos de 1968, que culminaron en la matanza de varios cientos de estudiantes, quebrantaron gravemente esa legitimidad, gastada además por medio siglo de dominación ininterrumpida. Desde 1968 los Go- biernos mexicanos buscan, no sin con-
tradicciones, una nueva legitimidad. La fuente de la antigua era por una parte. de orden histórico o más bien. genea- lógico, pues el régimen se ha conside- rado siempre no sólo el sucesor sino el heredero, por derecho de primogenito- ra, de los caudillos revolucionarios; por la otra, de orden constitucional. ya que era el resultado de elecciones formal- mente legales. La nueva legalidad que busca el régimen se funda en el recono- cimiento de que existen otros partidos y proyectos políticos, es decir, en el plu- ralismo. Es un paso hacia la democra- cia.
A la larga, si no se malogra, la Refor- ma Política realizará el sueño de mu- chos mexicanos, sin cesar diferido des- de la Independencia: transformar al país en una verdadera democracia mo- derna. A corto plazo, sin embargo, es Ií- cito dudar que baste con unas cuantas medidas de orden legal para cambiar las estructuras políticas de una socie- dad. En efecto, ante todo hay que pre- guntarse: ¿cuáles son los partidos polí- ticos que podrían disputarle al PRI su dominación? Si descartamos a los par- tidos peleles que durante años han de- sempeñado el papel de títeres en la far- za electoral, el único rival serio del PRI ha sido el PAN. Es un partido naciona- lista, católico y conservador que, como su nombre lo indica (Partido Acción Na- cional), estuvo emparentado en su ori- gen con tendencias más o menos influi- das por el pensamiento de Maurras y de su Action Française (el monarquismo v el antisemitismo excluidos). El PAN ha sido el eterno derrotado en las eleccio- ..............................................................................................................
nes. aunque no siempre legalmente. No hay que olvidar que el PRI no es un par- tido que ha conquistado el poder: es el brazo político del poder. Hasta ahora sólo a unos cuantos les ha importado que el PRI gane invariablemente las elecciones. Esta indiferencia explica por qué ni el PAN ni ninguno de los otros grupos de oposición, de la derecha o la izquierda. han sido capaces de organi- zar un movimiento de resistencia nacio- nal. El descontento del pueblo mexica- no no se ha expresado en formas políti- cas activas sino como abstención y es- cepticismo. Hoy el régimen busca una nueva legalidad en el pluralismo y en esto reside la novedad de la situación.’ Pero la crisis del sistema político mexi- cano no ha beneficiado al PAN, que no ha podido capitalizar en su favor el des- contento contra el partido oficial. Al contrario: hoy el PAN es más débil que hace quince años. Para colmo, desga- rrado por luchas intestinas, padece una suerte de crisis de identidad. Aunque trata de olvidar sus inclinaciones autori- tarias y “maurrasianas”, no ha logrado convertirse en un partido demócrata- cristiano. ¿Y los otros partidos?
del Partido Comunista francés, el más conservador y centralista de los tres grandes partidos europeos. (Althusser lo ha descrito hace unos meses, en Le Monde, como una organización cerrada de tipo militar. una “fortaleza”.) Otra característica de la situación mexicana: la nula influencia de los intelectuales de izquierda en esta evolución del Partido Comunista de México. El cambio de los Partidos Comunistas europeos, como es sabido, se debe en buena parte a la crítica de sus intelectuales disidentes; en México -salvo raras excepciones co- mo las de José Revueltas, Eduardo Lizal- de y otros pocos más- los intelectuales marxistas han sido los fieles aunque po- co imaginativos apologistas del “socia- lismo histórico”, a través de todas sus contradictorias metamorfosis, de Stalin a Brejnev.
El Partido Demócrata Mexicano tie- ne orígenes semejantes a los del PAN. aunque su clientela no es la clase me- dia sino los campesinos pobres de la re-
El Partido Comunista Mexicano. a pesar de que fue fundado hace más de cincuenta años, antes que el PRI, es una agrupación pequeña, con nula o es- casa influencia entre los trabajadores. Sin embargo. gracias a su control de aI- gunos grupos de estudiantes y, sobre todo, a su dominación en varios sindica- tos de empleados y profesores. se ha hecho fuerte en las Universidades. El Partido Comunista de México es un partido universitario y esta paradoja.
gión central. Un partido auténticamen- te plebeyo. Es el descendiente directo de la Unión Nacional Sinarquista. una organización animada por un populis- mo nacionalista y religioso en el que no era difícil reconocer, al lado de retazos de ideologías fascistas, las aspiraciones tradicionales de los movimientos revo- lucionarios campesinos. Entre los sinar- quistas todavía estaba viva la tradición de los levantamientos agrarios. nota constante de la historia de México des- de el siglo XVII. Extraño amasijo: la her-
que habría escandalizado a Marx. signi- fica una conquista estratégica aprecia- ble. Las Universidades son uno de los puntos sensibles del país. Desde hace poco, inspirado y alentado sin duda por el ejemplo de los europeos (Italia. Espa- ña y Francia), el Partido Comunista de México se ha declarado partidario del pluralismo democrático, aunque sin re- nunciar al “centralismo democrático”
crisis de identidad semejante a la del PAN, y no acaba de definir su nuevo perfil democrático. Sin embargo, a pe- sar de ser un partido pobre lo mismo en recursos materiales que en ideas. tiene
leninista. Este cambio implica en cierto modo una autocrítica de su pasado es- talinista. Por desgracia, no ha sido una crítica explícita; además, ha sido dema- siado tímida y está llena de lagunas v reticencias. Es revelador que el Partido Comunista mexicano, en varias decla- raciones y manifestaciones recientes. se haya mostrado afín a las posiciones
todavía influencia entre los campesinos y la clase media baja del centro del país. Un rasgo común de estos parti- dos: los tres quisieran olvidar su pasado autoritario. Pero no acaban de exorcisar las sombras de Maurras, Mussolini y Stalin... Una agrupación política que no arrastra ningún pasado terrible y que surgió de un genuino anhelo de cambio social y democrático: el Partido Mexi- cano de los Trabajadores. Nacido de la crisis de 1968, su aparición fue vista con gran simpatía por muchos grupos de estudiantes e intelectuales; asimis-
mandad religiosa, la falange fascista y la jacquerie revolucionaria. El Partido Demócrata Mexicano atraviesa por una
mo, por los veteranos de los descala- bros del movimento obrero en el pasa- do. Por desgracia, este partido todavía no ha sido capaz de formular un progra- ma claro ni, lo que no es menos grave, claramente democrático. Un programa que le otorgue fisonomía política y que lo distinga de los otros grupos de iz- quierda. Podría mencionara otros parti- dos independientes pero son minúscu- Ios y sin fuerza apreciable.
El espectador más distraído descu- bre inmediatamente en este panorama dos grandes ausencias. Una, la de un partido conservador como el Republi-
cano de los Estados Unidos o los parti- dos conservadores de la Gran Bretaña, Francia, Alemania y España; otra, la de un auténtico partido socialista, con in- fluencia entre los trabajadores, los inte- lectuales y la clase media. Esto último es lo verdaderamente lamentable y re- vela cruelmente una de las carencias más graves de México y de América La- tina: la inexistencia de una tradición so- cialista democrática. ¿El pluralismo mexicano que prepara la Reforma Polí- tica estará compuesto por partidos mi- noritarios y que difícilmente merecen el calificativo de democráticos? Lo más probable es que ese remedo del plura- lismo, lejos de aliviarla, agrave la crisis de legitimidad del régimen. Si así fuese. el desgaste del PRI se acentuaría y el
Estado, para no disolverse, tendría que apoyarse en otras fuerzas sociales:’ no en una burocracia política como el PRI sino, según ha sugerido recientemente Jean Meyer. en la burocracia militar.’ Hay, sin embargo, otro remedio. Pero es un remedio visto con horror por la clase política mexicana: dividir al PRI. Tal vez su ala izquierda, unida a otras fuerzas, podría ser el núcleo de un ver- dadero partido socialista.
La Reforma política ha sido concebi- da por uno de los hombres más inteli- gentes de México, un verdadero inte- lectual que es asimismo un político sa- gaz. Sin embargo, como se ha visto, es- te proyecto se enfrenta al mismo muro que ha cerrado el paso a otras iniciati- vas de nuestros intelectuales y hom- bres de Estado, de Juárez y los liberales de 1857 a nuestros días. No es un mu- ro de piedras ni ideas ni intereses: es un muro de vacío. Entre “la idea y la reali-
Technocrates en uniforme: L’Etat Symbio- tique, Critique, Aout-Septembre 1977.
dad, entre el impulso y el acto, cae la sombra”. Como en el poema de Eliot, ¿México es “la tierra muerta, la tierra de cactos”, cubierta de ídolos rotos y de imágenes apolilladas de santos y san- tas? ¿No hacemos sino “dar vueltas y vueltas al nopal”? Pero ese nopal no es, en nuestra mitología, la planta del reino de los muertos; al contrario: es la planta herádica de la fundación de México Tenochtitlán y sus frutos sangrientos simbolizan la unión del principio solar y el agua primordial. Tal vez hemos equi- vocado el camino; tal vez la salida está en volver al origen.
Aclaro: no condeno prematura y pre- cipitadamente a la Reforma Política. ES benéfica incluso dentro de sus limita-
ciones. Creo que hay que profundizarla y, por decirlo así, democratizarla: des- cender del nivel de los partidos; que es el nivel de la ideología, al de los intere- ses y sentimientos concretos y particu- lares de los pueblos, los barrios y los grupos. En el caso de la Reforma Políti- ca la expresión “volver al origen” quiere decir: tratar de insertarla en las prácti- cas democráticas tradicionales de nuestro pueblo. Esas prácticas y esas tradiciones -ahogadas por muchos años de opresión y recubiertas por unas estructuras legales formalmente demo- cráticas pero que son en realidad abs- tracciones deformantes- están vivas todavía. Vivas en muchas formas de convivencia social y, sobre todo, vivas en la memoria colectiva. Pienso. por ejemplo, en la democracia espontánea de los pequeños pueblos y comunida- des, en el autogobierno de los grupos indígenas, en el municipio novo-
hispano y en otras formas políticas tra- dicionales. Ahí está, creo, la raíz de una posible democracia mexicana. Sólo que para que la Reforma Política llegase al pueblo real, el Estado tendría que co- menzar por su autorreforma. Si demo- cracia es pluralismo, lo primero que hay que hacer es descentralizar. (Es posi- ble? Por una parte, la otra tradición his- tórica mexicana es el centralismo. En México la realidad de realidades se Ila- ma, desde Izcóatl, poder central. Contra esa realidad se estrellaron los liberales y federalistas del siglo pasado. Ade- más, burocracia es sinónimo de centra- lismo y el Estado mexicano, como to- dos los del siglo XX, inexorablemente tiende a convertirse en un Estado buro- crático.
La situación de los partidos políticos es uno de los signos de la ambigua mo- dernidad de México. Otro signo es la corrupción. Desde la perspectiva de la persistencia del patrimonialismo es más fácil entender este fenómeno. En todas las cortes europeas, durante los siglos XVII y XVIII. se vendían los em- pleos públicos y había tráfico de in- fluencias y favores. Durante la regencia de Mariana de Austria, el privado de la reina, Don Fernando Valenzuela (el Duende de Palacio), en un momento de apuro del erario público, decidió con- sultar con los teólogos si era lícito ven- der al mejor postor los altos cargos, en- tre ellos los virreinatos de Aragón, Nue- va España, Perú y Nápoles. Los teólo- gos no encontraron nada en las leyes divinas ni en las humanas que fuese contrario a este recurso. La corrupción de la administración pública mexicana. escándalo de propios y extraños, no es en el fondo sino otra manifestación de la persistencia de esas maneras de pen- sar y de sentir que ejemplifica el dicta- men de los teólogos españoles. Perso- nas de irreprochable conducta privada. espejos de moralidad en su casa yen su barrio, no tienen escrúpulos en dispo- ner de los bienes públicos como si fue- sen propios. Se trata no tanto de una inmoralidad como de la vigencia in- consciente de otra moral: en el régimen patriomonial son más bien vagas y fluc- tuantes las fronteras entre la esfera pú- blica y la privada, la familia y el Estado.
Si cada uno es el rey de su casa, el reino es como una casa y la nación como una familia. Si el Estado es el patrimonio del Rey, ¿cómo no va a serlo también de
Letras, letrillas, letrones
sus parientes, sus amigos, sus servido- res y sus favoritos? En España el Primer Ministro se llamaba, significativamen- te, Privado.
La presencia de la moral patrimonia- lista cortesana en el interior del Estado mexicano es otro ejemplo de nuestra incompleta modernidad. Lo mismo en los estratos más bajos -la sociedad campesina y sus creencias religiosas y morales- que en la clase medía y en la alta burocracia tropezamos con la mez- cla desconcertante de rasgos modernos y arcaicos. La modernización de Méxi- co, iniciada a fines del siglo XVIII por los virreyes de Carlos III, sigue siendo un proyecto realizado sólo a medias y que afecta sólo a la superficie de las conciencias. La mayoría de nuestras
actitudes profundas ante el amor. la muerte, la amistad, la cocina, la fiesta, no son modernas. Tampoco lo son
nuestra moralidad pública. nuestra vida
familiar, el culto a la Virgen, nuestra imagen del Presidente... ¿Por qué? En otros escritos he tratado de responder a esta pregunta. Aquí sólo repetiré que desde la gran ruptura hispánica -la cri- sís del final del siglo XVIII y su conse- cuencia: la Independencia- los mexi- canos hemos adoptado varios proyec- tos de modernización. Todos ellos no sólo se han revelado inservibles sino que nos han desfigurado. Máscaras de Robespierre y Bonaparte. Jefferson y Lincoln, Comte y Marx, Lenin y Mao: si la historia es teatro, la de nuestro país ha sido una mascarada interrumpida una y otra vez por el estallido del motín y la revuelta. No predico el regreso a un pasado, imaginario como todos los pa- sados, ni pretendo volver al encierro de una tradición que nos ahogaba. Creo que, como los otros países de América Latina, México debe encontrar su pro- pía modernidad. En cierto sentido debe
inventarla. Pero inventarla a partir de las formas de vivir y morir, producir y gastar, trabajar y gozar que ha creado nuestro pueblo. Es una tarea que exige, aparte de circunstancias históricas y sociales favorables, un extraordinario realismo y una imaginación no menos extraordinaria. No necesito recordar que el renacimiento de la imaginación. lo mismo en el dominio del arte que en el de la política, siempre ha sido prepa- rado y precedido por el análisis y la crí- tica. Creo que a nuestra generación y a la que sigue les ha tocado este queha- cer. Pero antes de emprender la crítica de nuestras sociedades, de su historia y de su presente, los escritores híspanoa- mericanos debemos empezar por la crí- tica de nosotros mismos. Lo primero es curarnos de la intoxicación de las ideo- logías simplistas y simplificadoras.
México, D. F., a 28 de Marzo de 1978.